sábado, 24 de enero de 2015

La Isla Mínima.



El Cupletero ha disfrutado tanto en sus vacaciones navideñas en Madrid, que se siente culpable. Así os lo digo. Una de las cosas buenas que me ha pasado ha sido comprobar que La Isla Mínima resistía en cartelera dos meses después de su estreno… ¡milagro!

Y es que La Isla Mínima es uno de los títulos que ha contribuido a hacer de 2014 el mejor año en taquilla de la historia del cine español: 123 millones de euros recuadados con un 25,5 % de cuota de pantalla. Esto tendría un mérito enorme en cualquiera de las circunstancias, pero es que además se ha logrado en el peor escenario posible: poco dinero para ocio en general, mucho fútbol, un verano que fagocitó al otoño, un I.V.A. sobre el precio de la entrada de igual tipo al que grava la compra de un Jaguar, un modelo de subvenciones que se extingue y un nuevo modelo que no acaba de llegar (el de las exenciones fiscales al mecenazgo cultural). Así que Susana de la Sierra se vio forzada a dimitir como directora general del Instituto de Cinematografía (ICAA) el pasado mes de julio, a pesar de estar gestionando un sector que estaba dando números de récord. Paradójico… ¿verdad?

La Isla Mínima no es una película perfecta, pero es una gran película. Alberto Rodríguez ya dirigió en 2009 la muy interesante y desasosegante After, y en 2012 la bienintencionada y no tan bien resuelta Grupo 7. La Isla Mínima retoma la voluntad de cine de género, de thriller hispano que tenía Grupo 7 pero esta vez sí bien hecha.

Desde luego, a los académicos del cine les ha gustado mucho porque la han condecorado con 17 nominaciones a los Premios Goya. Para mi son demasiadas porque incluyen Mejor Actriz Revelación para Nerea Barros y Mejor Interpretación Masculina de Reparto para Antonio de la Torre. No estoy de acuerdo, pero por diferentes razones.

Nerea Barros me parece una buena actriz, o al menos con gran potencial, que no entendió bien el personaje: demasiada intensidad y autoconsciencia para una mujer una mujer del entorno rural en la Andalucía de 1980.

Lo de Antonio de la Torre es otra cosa. El Cupletero es pura subjetividad, no pretendo otra cosa, pero aviso que en este caso será dolorosamente subjetivo. No me gusta. En algún papel, en algún rato me ha convencido, pero no consigo conectar con él de manera general. Veo casi siempre a un tipo, no a un actor, haciendo gala de una supuesta naturalidad y que parece estar gritando: “¡que soy un hombre muy de carne y hueso, eh!” o “mirad que interpretación tan orgánica, tan visceral, tan poco académica”. Si pensáis que merezco un castigo por decir esto, no temáis que ya estoy cumpliendo mi condena, porque el tipo parece encantar a todos los directores españoles, que no paran de darle trabajo. Imaginaos el empacho que tengo… ¿en cuántas películas españolas de los últimos 5 años no sale Antonio de la Torre?

Otro elemento de debilidad de la peli es tal vez una excesiva ambición. Es claramente un thriller pero también quiere ser un film político, histórico y social… todo ello muy válido, pero a veces la trama queda confusa porque toca muchos palos y no todos quedan totalmente resueltos.

Pero en La Isla Mínima gana lo bueno y por goleada. Para empezar tiene un título precioso, misterioso y poético. La factura técnica es de una calidad que muy pocas veces se ha visto en el cine español: la dirección de arte, vestuario, fotografía (¡qué maravillosos planos cenitales!), … todo perfectamente puesto al servicio de la atmósfera asfixiante y hostil que Rodríguez quiere crear.

Las secuencias de acción, habitual asignatura pendiente del cine patrio, son relativamente modestas pero están perfectamente rodadas. Para mi, la secuencia de persecución en coche nocturna está a la altura de las mejores del género.

En las pelis americanas de polis suele funcionar muy bien situar la trama con el telón de fondo de las tensiones raciales, eterno trauma de la sociedad estadounidense. Es muy acertado en La Isla Mínima hacer algo parecido con nuestra Transición: dos polis en el mismo caso que son también dos españas condenas a entenderse o desaparecer. Una sociedad que cambia pero también toda la controversia de la continuidad y fáctica, como lo atestiguan en la película un juez y un cacique que lo siguen siendo.

Las interpretaciones de Javier Gutiérrez y de Raúl Arévalo, ambos muy merecidamente nominados al Goya a la Mejor Interpretación Masculina Protagonista, elevan la peli a un nivel de excelencia. Gutiérrez da toda una lección, dando carne y hueso a un personaje en un equilibrio imposible entre la mediocridad y la arrogancia, entre la ternura y la brutalidad.

El contrapunto perfecto a esa ambigüedad un poco apolillada de Guitérrez lo pone Raúl Arévalo. Seguramente el mejor actor español de su generación, un superdotado para la interpretación con una versatilidad que lo hace único. La mirada de Arévalo puede ir de lo más luminoso a lo más sombrío con aparente (y falsa) facilidad según lo requiera el personaje. En La Isla Mínima borda el papel de un joven idealista que quiere cambiar el mundo, valiente pero inseguro, que en el fondo siente terror. Terror de sí mismo, temor a traicionarse a sí mismo y a sus ideales, terror a sus propias debilidades. Tal vez así era la España de 1980… seguramente.

Enhorabuena a todos los que parieron este True Detective ibérico, y enhorabuena al cine español en general, que ha hecho un 2014 de sobresaliente.

Y a pesar de esto sospecho que el Cupletero volverá a NO estar invitado a la gala de los Goya… invitadme ya, sed agradecidos.

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